A propósito de la corta visita de mi hermano proveniente de Cuba, donde está estudiando Medicina General Integral Comunitaria y Familiar, tras el convenio entre los gobiernos de Cuba y Venezuela, se reunió este fin de semana en Puerto Cabello casi toda la familia Quintero.
Durante el viaje desde Caracas, se me ocurrió realizar la producción de una fotografía histórica, y como el título lo indica, logré la reunión milagrosa y por primera vez, de cuatro generaciones de Quintero en un solo instante: mi abuelo Pedro María, quien cumplió recientemente 90 años; mi padre Pedro Ramón, mejor conocido como Chipi; mi hermano Carlos Rolando, uno de los galanes de la familia; mi hija Nova, sentada al lado de su bisabuelo y yo: nieta, hija, hermana y madre de los anteriormente enumerados.
Cuando digo por primera vez, es en serio, no sólo se trata de la fotografía. Debido a que cada uno de nosotros vive en ciudades distintas, y Carlos Rolando ahora está en Matanzas, Cuba, nunca habíamos podido estar los cinco protagonistas de la gráfica reunidos en un mismo espacio.
Este fin de semana fue muy emocionante y divertido. Siempre que se encuentran los Quintero en Rancho Grande, urbanización donde está nuestra casa, se arma una fiesta. Éramos casi treinta personas. Parecía una celebración en época de navidad. Dentro de tanto bochinche, un diluvio que dejó inundado a todo Puerto Cabello y gente por todos lados, logré secuestrar unos minutos a mi hermano, con quien siempre me escribo por correo electrónico, pero necesitaba hablar un rato.
Me conseguí con un “mi tío Carlos Rolando”, como lo nombraba Nova esperando su llegada, más maduro y centrado, ya no es el hermanito pequeño que tenía en mi memoria. Durante este tiempo que ha estado lejos de nosotros se le han despertado la sensibilidad social, el sentido de universalidad, la entrega incondicional a la medicina y al prójimo necesitado.
Carlos Rolando tiene un desapego por lo material, por lo superfluo y un aumento de su autoestima y seguridad en sí mismo, que me impresionan y alegran enormemente. Volvió con un increíble amor por Cuba y Venezuela, un respeto por el sistema superdisciplinado en el que se está formando. Descubrí además de un estudiante de medicina, a un poeta que está registrando con mucha espiritualidad, a través de escritos y fotografías, sus vivencias en la isla caribeña.
Felicito a mi amado hermano por haber culminado satisfactoriamente su primer año de estudios y lo exhorto a seguir luchando durísimo para lograr sus objetivos, que según me contó son inmensos.
Le doy gracias a Dios por regalarnos estos momentos únicos, muchas veces irrepetibles, que nos permiten disfrutar del calor familiar y de hogar.
Durante el viaje desde Caracas, se me ocurrió realizar la producción de una fotografía histórica, y como el título lo indica, logré la reunión milagrosa y por primera vez, de cuatro generaciones de Quintero en un solo instante: mi abuelo Pedro María, quien cumplió recientemente 90 años; mi padre Pedro Ramón, mejor conocido como Chipi; mi hermano Carlos Rolando, uno de los galanes de la familia; mi hija Nova, sentada al lado de su bisabuelo y yo: nieta, hija, hermana y madre de los anteriormente enumerados.
Cuando digo por primera vez, es en serio, no sólo se trata de la fotografía. Debido a que cada uno de nosotros vive en ciudades distintas, y Carlos Rolando ahora está en Matanzas, Cuba, nunca habíamos podido estar los cinco protagonistas de la gráfica reunidos en un mismo espacio.
Este fin de semana fue muy emocionante y divertido. Siempre que se encuentran los Quintero en Rancho Grande, urbanización donde está nuestra casa, se arma una fiesta. Éramos casi treinta personas. Parecía una celebración en época de navidad. Dentro de tanto bochinche, un diluvio que dejó inundado a todo Puerto Cabello y gente por todos lados, logré secuestrar unos minutos a mi hermano, con quien siempre me escribo por correo electrónico, pero necesitaba hablar un rato.
Me conseguí con un “mi tío Carlos Rolando”, como lo nombraba Nova esperando su llegada, más maduro y centrado, ya no es el hermanito pequeño que tenía en mi memoria. Durante este tiempo que ha estado lejos de nosotros se le han despertado la sensibilidad social, el sentido de universalidad, la entrega incondicional a la medicina y al prójimo necesitado.
Carlos Rolando tiene un desapego por lo material, por lo superfluo y un aumento de su autoestima y seguridad en sí mismo, que me impresionan y alegran enormemente. Volvió con un increíble amor por Cuba y Venezuela, un respeto por el sistema superdisciplinado en el que se está formando. Descubrí además de un estudiante de medicina, a un poeta que está registrando con mucha espiritualidad, a través de escritos y fotografías, sus vivencias en la isla caribeña.
Felicito a mi amado hermano por haber culminado satisfactoriamente su primer año de estudios y lo exhorto a seguir luchando durísimo para lograr sus objetivos, que según me contó son inmensos.
Le doy gracias a Dios por regalarnos estos momentos únicos, muchas veces irrepetibles, que nos permiten disfrutar del calor familiar y de hogar.
1 comentario:
ELiana este apenas es una escala, un peldaño, un nivel de los que viene, cuba tiene mucho que enseñara Aqui hay mucho que aprender, cuba no es lo que muchos opinan, ademas es question personal no se trata de limites, no hay fronteras cuando hay amor a la patria, a la familia y al pais y el mundo soy no se pero estoy creciendo como revolucionario cubano y venezolanos pa un mundo mejor para bien de todos del mundo y para el mundo dios los bendiga para siepre tu hermano carlos quintero
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